lunes, 28 de diciembre de 2015

Palomas

Recorro de la piel la extensión de tu espalda,
una vasija que respira;
en mis yemas llega a crecer
el aleteo de la mañana,
y descubro en silencio
un lienzo en que zurea
el cristal indefenso
tumbado sobre el aura
que despide la boca.
Palpita somnolienta la armonía
de un cuerpo
en su aérea certeza
pulsada como un arpa
que disuelve en el aire
su silueta sonora,
el vuelo desprendido de una nota.

  
* (En la escritura, hay poemas que dirigimos más y otros que más bien nos visitan y en ese caso intentamos que salgan fielmente, si acaso con más tacto. Nacen de una mínima resonancia exterior, de una señal captada tras la que estaban, pero ante ellos ponemos la escucha de un silencio mayor, para que nada se pierda, interviniendo apenas, salvo en el cuidado artesanal para que este hilo se logre. Al final, su mensaje es del todo nuestro y lleva el sello de nuestra sensibilidad o ideales. Esto, en su factura final es algo inadvertido, pero son textos que, desde un lugar interior, al poeta le dicen algo, le recuerdan. Así han surgido los dos que he compartido este mes de diciembre. Valga este destello de belleza para despedir y agradecer este largo y difícil año, con todos los mejores deseos, intactos, hacia adelante.)
  

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Claridad

Un ser nuevo,
-como todo lo bello-
o con los ojos limpios,
igual que tú o nosotros,
escribe al conocerse.
Mira los cielos,
atiende las señales.
Nada es en vano.
Oye.
Sin darse cuenta sabe.
Dentro del aire entiende
el lugar del origen.
Y aguarda esa palabra
donde todo sucede.
En el momento justo
de estar y de sentir
en que se llega,
aún antes de los nombres,
a lo concreto
es cuando cualquier signo
abre la realidad
y evoca lo creado.
Sucede lo indecible:
lo sencillo era hondo.
El día recorre con la luz
el iris de las voces del mundo,
sus rostros semejantes y distintos.
Así, en lo temporal,
sin carencia ni pérdida,
todo lo contemplado
estaba dentro,
era parte de sí,
un silencio o murmullo,
casi al lado, inicial, 
simultáneo.
El instante
en que al mirar, quien habla,
su idioma se hace otro
y al decir ha cambiado
sin retorno.

 

* (El lunes 14 se presentó en Madrid, en la sede del Instituto Cervantes, el libro de Santiago Castelo La sentencia. Quienes sintieron el deber de asistir eran sin duda amigos, de una y otra índole, desde lo profesional a lo más íntimo. Sé que pidieron intervenir por gratitud varios de los participantes, y a fe que reflejaron la deuda y alta atención en vida suya recibida. Era lo habitual, sentirse en su trato valorado, con el regalo de su tacto, su saber y su tiempo. Un hombre espléndido -"es así como sé escribir, de esta manera, no lo sé hacer mejor, os guste luego o no, pero ante todo reconozco la valía de los que saben hacer una obra magnífica y así lo he expresado cuando a mí algo me gusta"... o "cómo me alegro de lo que hacen los jóvenes" -dejó también constancia de la desafección y la maledicencia, aludida por cierto de pasada en unos versos de este libro. Tras su muerte, el sentimiento y dolor se dieron de un modo amplio al lado de algún pobre y cobarde caso que apartamos. Los humanos, lo son para aprender a poder serlo. El propio Abc, al que sirvió con fidelidad y apasionada entrega más de cuarenta años, como si ya considerara suficientemente enfriado su cuerpo, ayer mismo no estuvo representado por ningún algo cargo ni dio foto o noticia del homenaje en el papel del día siguiente. Solía Santiago decir que a la muerte de un poeta muchas veces el olvido de su obra comienza. A los que ayer desde la periferia nos acercamos a Madrid y nos reunió acompañarle en este último jalón de su escritura poética, nos recorría el frío de su falta. Su vozarrón, su risa satisfecha, su mirada feliz y dirigida a los ojos, su cadencia vibrante y con emoción en su lectura, su amplio poder de convocatoria fuera allá donde fuera eran ahora meras ascuas en quienes lo recordaban en un escenario sin él, presidido por una gran fotografía del joven periodista varias décadas atrás, en sus comienzos. Nadie podía llenar el lugar ni sustituirlo. Como recordó Víctor G. de la Concha, el acto lo convocaron "sus amigos" y entonces él quiso sumarse a ese conjuro del vacío, en honor de lo mucho admirado y recibido. "Pero el cadáver, ¡ay!, siguió muriendo". Juan Ricardo Montaña, Pilar Molinos, Carmen Fernández-Daza, Paloma Morcillo, María R. Lairado, Juan Manuel Cardoso venidos desde Extremadura, o Carlos García Mera, Juan Manuel de Prada, Antonio Garrigues Walker, Carmen Posadas, Urbano, Teodoro y muchos otros que sin conocer no los puedo nombrar quisieron estar del modo más sentido al lado del amigo que sí que vivirá mientras vivamos, mucho más que por la orfandad atronadora de su enorme pasión y corpulencia. Fuimos algunos a cenar a uno de sus rincones preferidos conscientes de que ahora nos toca mantener en nosotros lo mejor de sus cualidades. Las personas se van, mas nunca sus valores, sobre todo en quienes con tan grata atención los recogimos. Y es que el mejor regalo que nos hiciste es ser mejores. Nos falta tanto su corpachón donde refugiarnos que una ciudad como Madrid desde su muerte es una extensa construcción desolada y entran ganas de huir de lo que antes era una cálida geografía poblada por sus conversaciones y placeres de mesa. Este poema fue escrito en la mañana de ese lunes 14 de diciembre, festividad de San Juan de la Cruz, durante el viaje de ida emprendido para ser nuestro último modo de arroparlo. Aquí os lo dejo. Él los sigue leyendo y sé, que si cierro los ojos, Castelillo -como Lucía Mera lo llamaba, ausente por un viaje a la India, que si no...- estaría ordenándolos para que un día formen libro. Ya llegará, mi niño. Lo que importa es que no nos eches de menos. Eso, ya nos pasa a nosotros.)