domingo, 29 de noviembre de 2015

Otros cielos

Ante la lluvia
su tibieza indefensa
asoma el musgo.

Cae de las nubes
una clara neblina
sobre el camino.

El viento ondula
árboles en huida
por la ladera.

La rama seca
de una higuera con liquen
sin más es sabia.

Hacia el invierno
cada árbol aloja
la luz más fría.

Una abubilla
invoca a las desnudas
ramas inquieta.

Zarzas y matas
cobijan en la tierra
una añoranza.

Casi invisibles,
a las aves que pasan
les basta el aire.

Nadie profana
los helechos dormidos
bajo la sombra.

Sencilla calma
de un noviembre descalzo
que nos empuja.


* (Este poema comenzó a escribirse el pasado 2 de noviembre en uno de los paseos que frecuento por los alrededores de mi casa. El cambio de estación se leía en la llegada a esos cielos del frío, al comienzo de un mes cada vez más poblado de nombres esenciales ausentes, y no por ello lejanos ni menos importantes.)
    

sábado, 21 de noviembre de 2015

Temblor, II

II

Si todo lo que vemos no estuviera tan lejos, no hablaría el deseo de seguir contemplándolo. Para entrar hacia adentro, ¿hay un don o un lugar sin rumor y sin rostro? Tras tanta soledad después de siglos, esperamos lo intacto. Era la división el dolor, la frontera y el trazo confundido. La tinta pesa tras su mancha opaca a pesar del sentido y su propósito. Mas conviene comenzar desde cero. Aceptar el olvido de los signos, deshojarlos hasta el hueco que no es desposesión, sino el primer vacío, el seno o cavidad del origen de nuevo de todo lo que importe en lo vivido.
 

jueves, 12 de noviembre de 2015

Temblor

I

Hay un poema que después de escribir ya no se escribe. O desde el que se darían de otro modo los siguientes poemas. Cuya entidad invisible refugiada en las manos las recubre. Sin sonidos ni imágenes, desde la aspiración a que contenga todo, y anticipe y procure lo que vemos. Un poema que entiende de un modo cotidiano lo que ocurre. Y al describirlo hable también desde su fondo. O mejor dicho, pronuncia lo que somos y en cuanto dice somos. Nombrar es existir. Por eso no es igual los nombres que se eligen o la realidad que ellos abren. Acierta el aire cuando requiere de la luz para trazar los perfiles del mundo, de cada laberinto imperceptible o inmensurable. Y en cualquier horizonte se hace claro e intenso percibir lo inmediato. No hay inquietud delante, ni en el cielo, ni en la roca o el ave. Es nuestro el desconcierto. Y saber persistir. ¿Quién de afuera responde a mi temblor si mi conciencia, pues comete ese riesgo de preguntar y siente, es breve y sometida a lo frágil? Y a la vez, ¿cómo escribir ese instante en que todo se ofrece sin sensación de límite?