martes, 27 de agosto de 2013

Estaciones

Quien aspira a volar
se disuelve en el aire.
Mas el aire quisiera
ser como tú, corpóreo.
Huimos de la imagen
que a los otros complace.
La materia nos forma
a la vez que es un límite.
Encierra sensaciones
de un devenir extraño.
Describo su memoria
al desprenderse:
un sueño interrumpido,
un fulgor que no duele.
En el cuerpo se esconde
al latir lo difícil,
esparcidos fragmentos
de un saber entrevisto,
un perfil de violines,
el silencio en la nieve.
Si respiro, sucede
sin pausa lo distante.
La raíz que me ofreces
es mi voz ya sin nombres.
 
 
* (Quise que en los últimos días de agosto apareciera en el blog este poema que había escrito durante el mes y retocado en esas fechas previas. Me encontraba pasando de nuevo unos días en Portugal junto al Atlántico, desde hace años a mil kilómetros de mi residencia mallorquina. Y de donde volví con la sensación de ser un lugar magnífico para vivir si así de fáciles fueran los deseos terrenales. Me costó encontrar cerca de donde estaba un cibercafé para preparar la entrada que mostré con el poema exento. Con la urgencia del momento, opté por no incluir unos versos emblemáticos de Juan Manuel Rozas que me resonaron durante su escritura, pero que ahora, tiempo después, aquí recuerdo: "somos ruido de rosas, dioses para la muerte". Porque siempre, después de atravesarla de nuevo, y más con los seres queridos más cercanos, queda la sensación, mientras vuelven los días que germinan y a cuyo rostro nos volvemos, de ser parte de ella. Hasta que un día el propio pulso nos sacude y devuelve al sentido de lo que alcanza la existencia.)
 

martes, 13 de agosto de 2013

Isabel

Una paloma, amor, mujer que vuela,
mi madre ya partió, retengo ahora
su última mano que es la mía
y el hueco de su huella mudo expresa
esta separación, la hora
donde el aliento eleva la tibieza
querida de aquella carne y luz
no abandonada, menos rota.
Hoy sostienen mis huesos entera tu estatura.
Aunque te vayas, más cerca ahora ves.
Aquí en mi cuerpo te ofrezco que residas.
Yo soy también lo que tú eras.
Contemplo la levedad hermosa de tu alma:
qué ventana no da dolor abierta a la belleza
que hoy por doquier asalta.
Madre, mira la gratitud continua de la vida,
el reposo maestro de tu ternura y nombre.
Nacido de tu ser, este latido
da fe del mundo que ante ti se entrega.

 

* (El pasado 11 de agosto, hacia el mediodía, falleció mi madre, en su casa, de manera rápida y sencilla. Es una pérdida que conmociona desde el momento de recibir la noticia, pero que al día después de su ausencia definitiva vuelve a tomar en el dolor su extraña forma. Es el duelo y la inevitable despedida humana, por encima de nuestra concepción de la muerte o de las claves invisibles o tácitas de la vida, pues este juego y recorrido lleva con él estas inaprensibles cartas. Tras la bondad y satisfacción de lo palpable, viaja también la frialdad de los perfiles de la separación y de lo que no continúa. Este poema estaba escrito hace un tiempo. En las muchas crisis de salud de estos seres queridos se vive y anticipa la realidad de la muerte que, como otras experiencias de la vida, no sólo son el fruto de un momento y están presentes en distintos instantes y reflejos. Todo lo que es un camino serenamente culminado tiene sentido, igual que tuvo consistencia y cobijo, para ella misma y para nosotros, su anterior cercanía y su memoria. Es todavía el momento del silencio y entender la medida que ahora tiene todo, sin su presencia y gestos, para quienes la conocimos, pero hay un impulso por el que queremos, con algunas palabras, conjurar estos hechos y dejar la constancia de nuestra gratitud y sentimiento. Hablo esta vez en plural, en voz de mi familia y mis hermanos, hace tan poco, al despedirla, todos juntos.)