domingo, 19 de mayo de 2013

Acuarela de estío

                 I

Un junco.
Así tu ingle al sol
rozada por el viento.

Arenales,
y la ola es alarde
que mezcla las cinturas.

Respiras,
y en el temblor del pecho
la humedad fulge y rueda.

Alzo mis ojos
sobre una piel tan ágil
que el verano cautiva.


                 II

En el mar son tus labios
la ensenada que asombra.

Sólo si duermes
te diré lo que he visto.

Y lo he escrito en tu espalda
bajo el vuelo de un ave.

Un destello en la orilla
se sumerge tras irte.
  
  
 * (En este mes de mayo en que lo mismo se presiente el verano que el viento repentino trae el frío y la lluvia de las estaciones pasadas mientras la luz escala hasta las últimas horas lindantes con la noche, avanzo este poema que quiere anticipar un tiempo inmaculado ajeno al daño o la carencia, y en donde no se perdiera nada más que ese inevitable cerrarse de los días con su penumbra melancólica para los que retenemos una querencia portuguesa sobre la vibración mediterránea, más dorada. Aquí dejo varadas estas palabras, al rumor de otras olas y canciones como las de Pablo Guerrero o Luis Eduardo Aute que resuenan en mí desde la adolescencia. Porque también el día se espera a cántaros mientras se acerca y teme el alba. Qué hermoso si se pudiera compartir convertido en canciones, en esa vibración y conexión que la poesía también conoce.)
   

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