sábado, 31 de diciembre de 2011

Calle con losas

Lo que el aire no da ni tú me quitas
deja por esta calle curva, antigua,
más que desolación llama
e incógnita. En la pared que nadie advierte,
la cal que se deshace
como lluvia.
 
 
* (Para cerrar el año, y estando ahora de nuevo ante el invierno en las calles de Valladolid que fueron su fondo, valga este poema que a su vez concluía Las horas próximas. Algo así como volver a aquel momento iniciado en los últimos meses de 1985 y remover el aliento de niebla de aquellos paseos nocturnos, helados, por calles sin grandeza que llevaban al río o a cualquier otro rincón de la ciudad superviviente de otro tiempo. Como si fuera un brindis -hoy que habrá tantos-, alzo el abrigo de lo íntimo por todo lo menor y persistente, como la fragilidad de esta órbita que quiso diluirse con el frío. Un verso final de aquel libro decía "se abre el mar entre calles". Con varios años de antelación, la escritura poética ya sabía de la inesperada geografía insular que pasaría a ser mi residencia. La palabra no sólo rescataba lo mejor sino que anticipaba la vida.)
 

domingo, 25 de diciembre de 2011

Alacena

Nos aferramos 
a sensaciones básicas:
así ahora,
una naranja dulce
mordida al mediodía.
Intensa miniatura
donde ofrece la vida
esta paciente pulpa.
La intemperie no impedirá otras calmas:
en las cálidas formas
posibles, pasajeras,
asomadas al tiempo
del sabor de las horas protegidas.
 

lunes, 19 de diciembre de 2011

Lo que acepto

En el rostro que miro está la imagen
idéntica del mundo y de mí mismo.
Me suceden las cosas que contemplo,
busco la claridad de lo inmediato.
Y hay un hueco en mi mano,
y en mis pies, y en mi cuerpo
que no temo.
No interfiero, no rompo, no poseo.
Y al ser, concedo y siento
algo que da la mano:
suficiente fragmento que por hoy necesito.
 

lunes, 12 de diciembre de 2011

Dos señales

Rumor de carta.
Pero cómo decírtelo,
al vuelco ausente.
 
 
Miradores sin nadie.
Y el aire que no espero
me voltea.
  
    

* (Hoy es el cumpleaños de una amiga de siempre, Lucía Mera, que aunque no nos vemos hace años -los muchos que no he vuelto por la tierra- sigue mostrándome en su voz al teléfono su derroche vital que no ha frenado nada o nadie. Si un día se reunieran, guarda una serie de poemas dedicados por varios autores extremeños que celebraron su encanto juvenil y adolescente. Tal vez el más antiguo sea el mío, recogido en Corro, al que ya haré hueco aquí, pero conozco también los de Manuel Pacheco, Santiago Castelo o Antonio Mª Flórez, gozosos y entrañables. Si su belleza y espontaneidad merecieron entonces esos versos, yo hoy brindo, sonriente, que me siga llegando todavía su lección de coraje y afecto a prueba de los años. Al sacar estas otras dos jaiquillas inéditas que quedaron fuera de A lo breve, me permito precisar algo, pues el nombre de esta estrofa fijado finalmente por Rosa Chacel no hubiera sido posible sin que un día Lucía, al leerle aquellas breves piezas de Antonio Piedra en una visita veraniega a su casa de Don Benito hace ya tanto tiempo, me dijera: "¿me lees otra vez esas 'haidillas', Carlos?" Y haidillas encantó a Antonio, hasta que la lucidez rigurosa de doña Rosa Chacel precisó el nombre definitivo. Que conste.)
  

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Correspondencias

Un ciprés en Mallorca
en mitad del paisaje
no alude a camposanto,
es en hilera linde
o afila cortaaires.
En Villalón de Campos
Cortalaire era el chopo
que enebraba los vientos.
  
  
* (Cuando en Valladolid conocí a Antonio Piedra a mediados de los años 80, por cierto, esperando ambos para saludar a Claudio Rodríguez al final de un acto, recuerdo desde mi primera visita a su entonces casa de Villalón habernos acercado paseando junto a la juguetona y cariñosa Mosca -una perra que al mencionarla dulcifica el tiempo-, hasta un chopo aislado que llevaba este nombre, a un paso de las cárcavas de aquel páramo. Tiempo después, cuando en la Fundación Jorge Guillén Antonio quiso sacar una colección de poesía todavía sin nombre, la sugerencia de aquel paraje, mencionado además en una de sus jaiquillas de un libro por entonces escrito y llamado inicialmente Sobre el bálago -al que una mano del sur dio un renombre barroco-, hizo que la colección recibiera el de Cortalaire. A tantos kilómetros y años por medio, el cruce de una noticia y de la imagen de unos cipreses conduciendo me hizo tomar este apunte.)
 

lunes, 5 de diciembre de 2011

Arroyo claro

Hay días marcados por la desorientación de sentirnos en terreno de nadie. Sin tener claro el sabor de lo nuevo que hacer o el gusto de reencontrar lo ya hecho. Posiblemente son días que desean otros ritmos, o cambiar los espacios y abrirlos, o sencillamente salir y dejar todo un tiempo y no pensar ni exigirnos mucho. Son días en que el cuerpo necesita otro anclaje que todavía desconocemos, para lo que no resulta adecuado someterlo a un afán de logros y compromisos. Tan sencillo como saber salir de la exigencia de cualquier hábito conocido y esfuerzo, porque en lo que intentamos sentimos el sello de un malestar, o de un lejano olvido que, de donde proviene, a la vez nos conduce a nosotros mismos, sin ningún premio o satisfacción de momento. Todo esto para hablar de un descanso más allá de lo físico. El que nos lleva a la claridad de respirar en un paseo al aire libre, o el que otorga el silencio con el que remansamos la aparición -habitable- de estos túneles. Son los días en los que el extraño que somos ha llamado a la puerta para caer en la cuenta de algo y nos vuelven las sombras de las baladas de Lorca en boca de los niños. (1) 
 
 
* (Con la colaboración de hoy se cumplen cien entradas de este blog. Desde hace unos días incubaba la incapacidad de saber seleccionar la de esta fecha. No encontraba ni un texto nuevo ni tampoco uno hecho, ya reciente o antiguo, con el que sentirme a gusto. Como la fiebre, debido a estados subjetivos. Y un blog tiene su parte de diario. Al final dejo esta reflexión de hoy mismo, que pone nombre a un estado real e indefinido, y a la vez persistente y pasajero. Sabiendo que la vida no es una foto fija, y que su recorrido y mudanza nos obliga a sentirla antes de esa costumbre de atraparla en conceptos.)
  

jueves, 1 de diciembre de 2011

Al alcance

Bajo el sol del invierno
que ilumina sin brasas,
en un paseo contemplas
sorprendidos membrillos
cerca de unas granadas.
Retornas y los buscas.
Hacia el frío, otros frutos
todavía maduran,
preludian en el aire
una ingrávida fiesta.
Y al margen del cansancio
de los años y días,
recobras esta imagen
sabia de los sentidos.
Es un cielo que incita
a proseguir la vida.
Todo estaba al alcance
de la raíz que espera.
Hay perdidas semillas
que se helaron tempranas,
y a la vez en el aire
residen estas formas.
Del interior de un árbol
se levantan las aves,
fijan la geografía
frutal de las afueras.