viernes, 3 de junio de 2011

La piel, tras el combate

Consciente del viaje,
miraste un momento los hechizos.
  
Sobre ningún cadáver
pervive la belleza de aquel tiempo.
  
Juntas flores de piedra
que perduren al irte.
  
Sin embargo la muerte
ya no vino a buscarte.

El miedo, el desamparo fue horizonte
exangüe en las raíces.

En cada cavidad, al abandono
sobrevive la noche.
 
  
* (Al frente de mi primera publicación poética situé, no casualmente, unos versos de complicada disposición espacial, a modo de caligrama, de Antonio Mª Flórez que decían "Hay que ser como un crepúsculo para estar aquí, sentados en un instante de nuestras vidas, esperándonos a nosotros mismos". Poderoso sin duda, este poema leído hacia mis dieciocho años -y que guardo tipografiado sobre el fondo amarillo de una hoja de periódico- sigue teniendo su vigencia e iluminación sobre algunos propósitos de lo que he escrito y vivido. Cómo no mostrar aquí el reconocimiento por alguien en cuyo impulso vital y origen de sus versos atraía el esplendor de lo genésico o el hechizo del mundo, del eros y de un lenguaje con el valor del sueño, anterior al desatino de la imparable edad y sus deshielos, o de los hongos del miedo que llegan de soslayo. Y cómo no celebrar, Antonio, con un abrazo esos años intactos -por ti tan recordados- previos a la dispersión que llevó a cada uno de quienes descubríamos lo literario tan lejos de ese enclave y ese momento intenso y creativo de aquellos años bachilleres en Don Benito. Como si no estuviera a mano todo entonces. Algo hubo desde siempre para esa indagación permanente del paraíso en tus libros. Desplazados o no, tu reto fue buscarlo.)
  

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