lunes, 30 de mayo de 2011

Lejos, cerca

Rescatar la memoria,
la tranquila memoria de las cosas.
Y vivir desde ella
a salvo de la infamia
o las manos lavadas
de indiferencia pulcra.
Dar el salto
a ese reino
donde nadie se esconde
una piedra a la espalda
que lanzar cuando pesa
por inercia o abulia
-¿contra quién?, ¿y qué importa?-
como aquel al que enoja
un castillo de arena
de un niño en una playa,
o como quien no supo
jugar a edad primera
y proyecta su herida
en alguien que sí juega.
La memoria tranquila
o ese espacio que era
la vida de otra forma,
la del don de nombrar
con bondad las palabras.
 

jueves, 26 de mayo de 2011

Cenotafio (dos tiempos)

Es una pena, cuando el ser humano camina hacia su vejez, que se apoye en lo rígido por sostenerse en algo.

Son bien extrañas algunas relaciones personales. Cada uno vive una verdad impecable que no coincide en nada con los agravios del otro. Quién sabe si, en su papel y torre, uno mismo no se ha excedido en cuántas inclemencias e invasiones frecuentes. Nunca el pescadero se huele y cree que no necesita colonia.
  

viernes, 20 de mayo de 2011

A Miguel Hernández

                                     porque la pena tizna cuando estalla
                                                                                             (M.H.)

En un momento dado,
todas las manos de la tierra
-prolongaciones sin sentido-
recorrieron
distancias verticales hacia
el
suelo.
Después, casi al instante,
la vida prescindió
de sus verdugos
y el aire terminó por desangrarse.
  
  
* (Al cabo del tiempo, la aceptación del primer libro juvenil editado nos produce cierto conflicto literario. Hay autores que supieron resistirse a la tentación de publicar todos esos escritos tempranos y hay quienes cuando recopilan su obra lo hacen al margen de ese inicio, posiblemente marcado con las claves de muchas confirmaciones posteriores -vitales y de escritura-, pero sentido luego con la provisionalidad de aquellos impulsos iniciales y logros de un trabajo más ingenuo o distinto. Sí que hay una regla que garantiza la superación del paso del tiempo de lo escrito: poder leer todavía un texto con pulcritud por encima del diferente interés vital y estético de las edades y el momento.
  
Alguien en su fervor benévolo me ha animado a mostrar en esta isla más poemas de aquel inicial Corro, aparecido a trompicones -recuerdo su retraso en la edición, más bastantes descuidos impresos- que tuve que entender como una aceptación de lo imperfecto, como lo es la vida humana muchas veces. Y sí, puedo enseñar aquí alguno de esos poemas y volver hacia atrás para aceptar el reflejo olvidado de unos años ya vividos e idos por completo, ciertamente valiosos en lo que tuvieron de imaginación y propósito. Alguna vez más aparecerán otros.)
  

jueves, 12 de mayo de 2011

Salvación por el tacto

El aire reclinaba herido el vértigo
y en la mejilla la cadencia oculta
rasgó la nuez amarga de la espera
infinita, las tardes malogradas,
el paso en lontananza de la risa.
Con un delirio lacio y balbuciente
del deshielo emergió cómplice aroma
que, orfebre del instante renacido,
tornó frutal la luz frente a tu duda.
Cesó la sed inmersa en agua clara
y era la piel translúcida corriente.
  
                                          a Estela, un libro, un cauce
 
 
* (En mayo de 1996, con el nº 95 de aquella rústica y elemental colección, se distribuyó de modo gratuito por algunos bares y librerías de Valladolid un cuadernillo que titulé Imágenes, encuentros con 8 poemas -más otros 3 de libros anteriores que enmarcaban el horror al vacío del editor de esta empresa - cuyo hilo conductor unía la referencia de algunos lugares vividos o visitados con el recuerdo o dedicatoria a las personas con quienes fueron compartidos o a las que así iban destinados. Dado lo efímero de aquella edición, iré sacando a partir de hoy aquellos ocho poemas en el orden y disposición que allí tenían. Este, a su vez, era el más antiguo, y de este modo fue salvado de quedar en tierra de nadie de proyectos distintos. En su reaparición me aflora el sabor y las formas de aquellos años universitarios entre vinos y niebla. Y como casi todo lo que publiqué, se debió a una invitación y a una vida literaria que ahora queda a cientos de kilómetros de mi casa.)
  

jueves, 5 de mayo de 2011

El laberinto transparente

He regado las plantas del vecino enfermo.
Sus manos amarillas sobre la manta que le cubre
quieren dejar en orden todo,
apartan unas motas del mantel estirado,
mueven con persistencia suave sus enseres de nuevo,
y me cede de ellos una parte ya extraña
para sus ojos viejos. Casi en total silencio
el tiempo pasa lento en gestos circulares y continuos.
Lo que alcanza su brazo quiere cuidar del mundo
cuando ya su organismo se dispone vencido.
Hay horas invisibles y espacios hacia adentro
al aliento del cuerpo que resiste al vacío.
Tras el cristal del patio mueve el aire las flores
al temblor de su pulso,
o tal vez acontece, perdida la memoria,
lo que no conocimos y ahora mismo conduce
al tiempo transparente,
a la emoción que apresa un disuelto laberinto.
  
  
* (Tras la ficción de este poema hay detalles y recuerdos de mi última visita el verano pasado a un familiar ya muy afectado por el destrozo de esa enfermedad que es el parkinson, en esa inevitable etapa en la que nos despedimos de un mundo que seguro que aprecia el paso ligero de quienes como él lo recibieron y usaron como un hermoso legado en lo que fue e hizo, con ese esfuerzo suyo como la luz de la pintura para la que estuvo dotado o el esmero por el bien de sus seres queridos, tan claro y nunca en vano.)