viernes, 3 de diciembre de 2010

La mirada de nieve

Ese temor, tu voz, la dulce calma;
la plaza en soledad,
la nieve íntima.
La mano que en mí ardió
y, en transparencia,
formó para tus labios
su bahía.
Noche por la que huir, el mar, el canto.


              *    *    *    *    *


Música era tu voz aun siendo grito,
alba temida, noche no llegada.

Una hoja mecida por tus labios
cúpula dio al placer, eco al vacío.

Sólo el aire guardó huella de un cuerpo
claro como la luz, fugaz, no triste.
  
  
* (En aquella primavera de 1989, con una afortunada portada blanca y el título en letras verdes, -tal vez lo mejor de un cuidado editorial que en su interior mostraba pequeños atropellos, esos que al autor le lastran para siempre por una incuria, las erratas, que costó desterrar en aquel tiempo-, vio la luz en Badajoz un libro reciente, de rincones urbanos, invernal, de una ciudad del norte, estilizado, y capaz de una memoria íntima, rauda y sutil como los sueños. Una de sus dos citas iniciales hablaba ya de ello: "algas de colores bajo el agua mansa". En la fugacidad de lo más bello y su goce, la imagen seductora de la muerte, el placer y sus límites. En página aparte dejo una reflexión de entonces sobre los propósitos de su escritura. Hoy lo he releído con sus luces y fragilidades, recibiendo de vuelta el sabor de sus logros y sus interrupciones. ¿Y quién sería ahora el artesano para detalles mínimos de hace 25 años? También he sentido el deseo de haber escrito más veces de ese modo, es decir, de reconocerme en la forma que cuidaba esas voces. Me quedó la memoria de un invierno entre nieblas con la suave constancia de saber cómo el agua que roza siempre corre.)
 

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